Estaciones

La tarde se avecinaba cuan tormenta de verano.
Caía oscura y prominente sobre tu rostro.
Los naranjas se traspolaban en violáceos,
y todo tu cuerpo se sumergía en extrañas profundidades.
Tus ojos almendrados miraban con urgencia,
recorrían la calle al tiempo de descender a las agujas,
que amenazantes no pensaban en detenerse.
Tus ojos, tus brillantes ojos, así me miraron.
Y supe que ya era tiempo de partir.
De que en la vida todo pasa.
Y con esa misma calma de una noche de otoño,
que espera ver la mañana cubierta de hojas,
y con esa frialdad de la que se ocupa el invierno,
que espera ver a todos enfundados en sus ropas,
y con esa misma paciencia de la primavera,
que espera amable la salida de todas las flores,
así, me fui despacio.
Sabiendo que ya era tiempo de partir.